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viernes, 22 de enero de 2010

papás, aprendamos a lograr una autoridad positiva

Un problema actual dentro de la familia es la pérdida de la autoridad frente nuestros hijos. ¿Somos demasiado blandos?, ¿no queremos que ellos vivan lo que nosotros vivimos con nuestros padres?. ¿Somos triunfadores en el trabajo y perdedores en el hogar?. Este artículo tomado de solohijos.com nos ayudará a tener una visión esperanzadora de cómo lograr esa necesaria autoridad en el hogar.

Tener autoridad, que no autoritarismo, es básico para la educación de nuestro hijo. Debemos marcar límites y objetivos claros que le permitan diferenciar qué está bien y qué está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?

En una de las primeras charlas que di a un grupo de padres de un kinder, una madre levantó la mano y me preguntó:

- ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
- Dígale que baje, - le dije yo.
- Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja- respondió la madre con voz de derrotada.
- ¿Cuántos años tiene el niño?- le pregunté.
- Tres años - afirmó ella.

Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente cuando tengo ocasión de comunicar con un grupo de padres. Generalmente suele ser la madre quien pone la cuestión sobre la mesa aunque estén los dos. El padre simplemente asiente, bien con un silencio cómplice, bien afirmando con la cabeza, porque el problema es de los dos, evidentemente.

¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas, triunfadoras en el campo profesional y social, hayan dilapidado el capital de autoridad que tenían cuando nació el niño?

Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no tengan un desarrollo equilibrado y feliz con la consiguiente angustia para los padres. El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las conductas disruptivas de su pequeño y que, después, siente que ha perdido a su hijo adolescente, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien que le vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el "negocio" más importante: la educación de sus hijos.

¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos cuando interaccionamos con nuestros hijos?

Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos -yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho. En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.

Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:

  • La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.

  • Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
    En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.

  • El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el niño/a haga todo lo que el padre quiere anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo para la educación como la permisividad.

  • Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la autoestimaimportancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar en la pared, mañana, también.
    Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y viceversa. No debe caer en la trampa de: "Déjalo que coma como quiera, lo importante es que coma".

  • Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos caso: Perro ladrador, poco mordedor. Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria para que el niño reaccionase.
    Gritar conlleva un gran peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...

  • No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.

  • No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los padres y los hijos.
  • No escuchar. Dodson dice en su libro El arte de ser padres, que una buena madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar... nunca.

  • Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere un periodo de aprendizaje con sus correspondiente errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que, lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.

Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y "trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.

Algunas de estas técnicas ya han sido comentadas al hablar de los errores, y ya no insistiré en ellas. Me limitaré a enunciar brevemente, actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos:

  • Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.
  • Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno", "pórtate bien" o "come bien". Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.
  • Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.
  • Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.
  • Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.
  • Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.
  • Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
  • Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.

Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.

padre e hijo

Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las  técnicas no conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.

El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante una mosca o un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas claras antes de actuar.

Autor: Pablo Pascual Sorribas. solohijos.com

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Seamos padres que amen a sus hijos… que ellos se den cuenta que les amamos… sepamos demostrar nuestra autoridad…

Que el Señor los bendiga y los guarde…

Luis Antonio

miércoles, 6 de enero de 2010

Padres permisivos: ¿dónde está el límite? 2/3

Continuando con el tema 2 de este importante artículo sobre padres permisivos, el que se denomina “establecer marcos de referencia”, marcar límites razonables.

igualdadlapices Los psicólogos aconsejan que los padres eduquen a sus hijos e hijas con autoridad, pero marcando unos límites razonables

La comunicación en la familia es el pilar básico para el desarrollo del menor (configuración de su personalidad y modos de relacionarse con los propios miembros de la familia y con los amigos de la calle). Los padres deben escuchar a los hijos y los hijos a los padres. Pero es importante que estos últimos no olviden que, ante todo, ellos son adultos y "los niños necesitan que el adulto haga de adulto, porque como amigos ya tienen a los compañeros de clase, de fútbol o de cualquier otra actividad", señala Àngels Geis. "Entre padres e hijos debe haber confianza -añade-, pero los padres tienen que hacer de padres, aunque hay gente que no lo vea así". Los adultos constituyen el marco de referencia de los pequeños y, por ello, deben tener un proyecto educativo que establezca las normas. "Puede ser un proyecto de salud, de felicidad, de convivencia... Pero un proyecto claro, porque cuando no se tiene se claudica antes", especifica la profesora, quien considera que aquellos padres que se ríen ante la primera pataleta del hijo, tendrán más difícil corregir ese comportamiento cuando éste sea mayor. "Los límites que no se han impuesto al niño de pequeño son difíciles de imponer cuando es mayor", advierte.

Por su parte, Amparo Novo detalla cómo las personas seleccionan y jerarquizan valores e ideales, estéticas y modas, formas de convivencia y de vida entre los diferentes marcos a los que se enfrentan, desde la dependencia infantil hasta la autonomía personal.

"Las personas seleccionan y jerarquizan valores e ideales, estéticas y modas, formas de convivencia y de vida entre los diferentes marcos a los que se enfrentan"

Estos marcos contribuyen a modelar la conducta, sensibilidad y pensamiento de una persona, por lo que los progenitores deben ser conscientes de que sus hijos e hijas absorberán lo que proyecten sobre ellos. En este sentido, Àngels Geis diferencia dos tipos de niños: "los que tienen un marco de referencia tan cerrado que no pueden hacer nada y, cuando son mayores, o se rebelan o son retraídos, y los que no tienen un marco claro de referencia, sino límites flexibles, los mismos que si en un momento dado tienen que mostrarse violentos para llamar su atención no dudarán en hacerlo". "No está claro que se pueda identificar como consecuencia de la permisividad de los padres la conducta violenta de los hijos -contradice Novo-. Resulta exagerado emplear el término 'violencia' para calificar una conducta de desobediencia. Si se habla de niños agresivos, es probable que estos procedan de familias en las que los propios padres tienden a comportarse de forma desequilibrada y antisocial".

IMG_1373 Para enseñar a los hijos el camino más adecuado, los padres deben ser conscientes primero del que siguen ellos mismos. Si discuten delante del niño sobre el modo de educarle o se contradicen a la hora de dar una orden, habrá más posibilidades de que el pequeño se confunda y siga su propia trayectoria. Los padres deben estar convencidos de lo que exigen y no cambiar de idea ya que, aunque pueda parecer lo contrario, los niños que tienen unas normas se sienten seguros porque saben por dónde deben ir. Por ello, ante cualquier duda, se puede pedir ayuda externa de profesionales. "Los padres encuentran muchos recursos en la escuela, aunque a veces ocurre que, cuando se acercan a ella, en lugar de informarles de los logros que consiguen los pequeños, sólo destacan lo malo. Etiquetan y catalogan tanto a los hijos como a los padres, y estos no quieren ir para que alguien les diga sólo lo mal que lo hacen", sentencia Àngels Geis.

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Seamos conscientes de nuestro rol de padre. No perdamos frente a nuestros hijos esa autoridad y sobre todo la imagen y modelo de verdaderos padres que debemos ser…

Que el Señor los bendiga y los guarde…

Luis Antonio

viernes, 20 de noviembre de 2009

Padres permisivos: ¿dónde está el límite?. 1/1

Comparto este interesante artículo, en tres partes, por lo denso e importante para nosotros, esposos y padres, respecto a la formación de nuestros hijos. Vimos anteriormente sobre los modelos autoritarios y democráticos respecto a la relación padre/hijo. Con el presente post resaltamos el valor de la AUTORIDAD DE LOS PADRES sobre los hijos.

Esta primera entrega se titula “Autoritarismo Vs. Permisividad”. La siguiente entrega se titula “Establecer un marco de referencia”. La última entrega se denomina “Aprender a poner límites”. Autora del artículo Azucena García. Espero que lo disfruten…

igualdadlapices

Los psicólogos aconsejan que los padres eduquen a sus hijos e hijas con autoridad, pero marcando unos límites razonables

El 40% de los padres asegura sentirse desbordado por los problemas de sus hijos e hijas. Les resulta difícil educarles y, en algunos casos, el miedo a repetir el modelo autoritario en el que fueron criados deriva en un exceso de permisividad. Como consecuencia, durante la adolescencia son frecuentes los problemas de disciplina, pero no es fácil comenzar a imponer reglas a esta edad tan difícil. Los niños deben tener unos límites o pautas que les marquen el camino que deben seguir, sin ahogarles en un mundo de imposiciones, tal como aseguran los psicólogos y educadores. Para ello, los padres y madres deben establecer estas normas de manera razonada, adaptarlas a cada edad y ser firmes en sus decisiones. Si no se tiene un proyecto claro, es más fácil claudicar.

Autoritarismo Vs. permisividad

El 15% de los padres y madres no están satisfechos con la educación de sus hijos: creen que estos se muestran "pocas veces o nunca" tal como quisieron educarles.

Ésta es una de las conclusiones del informe 'Comunicación y conflictos entre hijos y padres', editado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) en 2003, que ya entonces plasmaba la dificultad de algunos progenitores para entender y educar a sus hijos, especialmente cuando son adolescentes. Según el estudio, los padres se sitúan entre lo ideal -el 97% cree bastante o muy importante mantener unas buenas relaciones familiares- y lo real -casi un 40% dice sentirse desbordado por los problemas con sus hijos a veces o con frecuencia y un 16%, con frecuencia o siempre-.

padres permisivos La profesora Àngels Geis, de la Facultad de Psicología de la Universidad Ramón Llull, en Barcelona, considera que "no está bien generalizar", aunque reconoce un "cambio de prioridades en algunos padres, que ponen su tiempo por delante del tiempo que dedican a los hijos". "Hay muchas familias que se preocupan mucho por la educación de sus hijos y que lo están haciendo muy bien, pero otras trabajan tantas horas fuera de casa que, cuando están en ella, suelen encontrarse muy cansadas y no tienen humor para educar a sus hijos", explica.

En este segundo grupo, Geis incluye a los padres que han dejado de educar o lo hacen de una manera menos constante. Son familias que no siguen el compás de los hijos, "sino que obligan a estos a ir detrás de la familia como puedan", y que delegan en cuidadores, abuelos u otros referentes la responsabilidad de educar. "El resultado de esta práctica son niños y niñas con muchos referentes a lo largo de su vida, cada uno de ellos con unas pautas diferentes a la hora de imponer sus límites, lo que les lleva a hacerse un lío y acabar haciendo lo que les da la gana", afirma la profesora.

Respecto a la posible autoridad o permisividad de uno y otro modelo, precisa que las familias "saben más o menos que la autoridad injustificada no tiene sentido", aunque lamenta que "en algunos casos se haya pasado al otro extremo, a decir que los niños tienen libertad y saben decidir, y a no ponerles límites, porque cuando no hay límites es cuando la relación va mal". "Se distinguen tres reacciones: los padres que se salen del modelo de autoridad y dejan a los niños que hagan lo que les dé la gana, los que saben que hay que marcar límites pero no saben cómo y los que quieren marcar límites, pero acaban reproduciendo los patrones antiguos, por lo que están insatisfechos", aclara.

No hay reglas fijas para todas las familias, cada una es diferente, pero la clave está en encontrar el punto intermedio entre autoritarismo -diferente de autoridad- y permisividad.

No hay reglas fijas para todas las familias, cada una es diferente, pero la clave está en encontrar el punto intermedio entre autoritarismo -diferente de autoridad- y permisividad.

Hay que tener claro que no se puede tratar a un niño como un adulto pequeño, pero que tampoco se le demuestra más amor cuando se le conceden todos los caprichos. En este sentido, Amparo Novo, miembro de la Federación Española de Sociología y profesora de la Universidad de Oviedo, asegura que "la autoridad no se expresa a través de la imposición" y defiende la "negociación" basada en la comprensión mutua de valores, actitudes y modelos de comportamiento". "La familia es susceptible de transmitir modelos de comportamiento que vayan desde un exceso de permisividad a un exceso de autoridad, aunque ambos extremos no son para nada deseables en la formación de identidad de los niños. Por ello, ha de evitarse tanto una conformidad excesiva, como priorizar una relación basada en conductas excesivamente punitivas", aconseja. Cuando los padres ceden continuamente ante los hijos, estos no suelen interiorizar el significado de frustración y desconocen cómo enfrentarse a los problemas. Por el contrario, cuando se imponen demasiadas reglas, se corre el riesgo de que los hijos crezcan inseguros y con una personalidad dependiente.

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Actividad:

  • Repasemos el tema en cuestión, relacionémoslo con nuestra vivencia diaria como padres, y busquemos ese punto de equilibrio entre autoritarismo y permisividad.

Que el Señor los Bendiga y los guarde…

Luis Antonio