domingo, 11 de abril de 2010

Padre, hoy terminó mi matrimonio

Este es epistolario entre una mujer que habla de cómo su matrimonio terminó, lo que siente, sus pesares y miedos, y el sacerdote que le ofrece una repuesta esperanzadora pero a la vez firme y precisa según nuestra fe y el hecho de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo.

Muchas veces hemos sido testigos de historias como éstas. ¿Quizá hemos sido parte de una historia similar?. Lo importante es entender lo que se nos propone y el ideal de matrimonio por el que tenemos que luchar. Sé que es muchas veces difícil, pero no imposible.

Como esposos hemos pasado etapas de nuestro matrimonio de oscuridad y desconfianza, cosas por la que nos hemos arrepentido y seguimos adelante con la satisfacción de haber logrado logrado salvar aquella valla.

Leamos estas dos cartas e identifiquemos tanto los errores que como pareja podemos cometer. Más importante, hagamos nuestro el mensaje de esperanza que Padre Sergio nos ofrece a la luz del amor y el amor de Dios por nosotros.

Esta lectura está tomada de Católicos Hispanos…

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Estimado padre:

Hoy terminó mi matrimonio y tristemente no pude hacer nada para evitarlo. Él me culpa de no haber luchado lo suficiente para salvarlo. Mi inseguridad y mis celos echaron todo a perder. El intentarlo una y otra vez sólo me ilusionaba y, al final, terminaba otra vez herida y sufriendo muchísimo por recuperar el amor de mi esposo.

No fue posible; tampoco él no hizo nada para recuperar la confianza que se perdió, ni para ayudarme a creer otra vez. El amor que siento por él es más grande que nada en la vida, pero también el dolor y las heridas son muy profundas; todas sus palabras me han humillado, se ha burlado de mí, me ha utilizado, y sólo para vengarse por no haberle dado un hijo cuando quería.

Desesperación Hoy sólo me queda esperar el consuelo de Dios y la resignación para superar esto que me está matando de dolor. No sé qué hacer, cómo le digo a mi hijo de ocho años lo que está pasando, no sé cuándo sea el momento y cómo decirle que por mi culpa no voy a darle el hermanito que tanto deseaba, ya que por eso se esforzó para hacer su primera comunión. Además, ya tiene una hermanita de dos años, pero es de otra mujer, pues fue la venganza de su papá por no aceptar que yo no le diera un hijo —en su momento se lo expliqué, pero nunca entendió mis razones y me ha cobrado muy caro ese error—. Y a pesar de haber perdido un bebé, después de todo esto, lo culpo a él por haberme hecho enojar al irse con otra, sabiendo que estaba embarazada, y fue tanto mi enojo que aborté el dos de marzo del año pasado.

Ayúdeme padre, estoy totalmente desconsolada, desilusionada, se me va la vida, busco la forma de reponerme y no encuentro nada que me consuele. Veo a mi hijo y sufro más, le pido que por favor me conteste. Sé que no es posible recuperar mi matrimonio pues está muy deteriorado, desgastado por las mentiras, las ofensas y todo lo que hemos vivido. Quisiera pedirle a Dios que me devuelva al hombre del que me enamoré hace 11 años, con el que me casé enamorada para toda la vida, pero ya no puedo vivir así, sé que no es sano para nadie, y mas porque él ya no quiere nada conmigo, está harto de mi, de mi llanto cada vez que hablamos, de las discusiones, pero aún lo amo profundamente.

Le pido a Dios consuelo y que me reconforte de este dolor, que me lo saque del alma y me haga olvidarlo. Por favor padre, interceda por mí, que rectifique su actitud, que busque a Dios, que le ablande el alma, que lo deje entrar a su corazón y que le permita tener paz para que ya no le siga haciendo daño a nadie.

Ahora que mi hijo va a hacer la primera comunión, quizás Dios nos ha mandado muchas señales para rectificar nuestra vida, pero cómo podemos acercarnos a Dios si estamos separados. El sábado nos pidieron que acompañemos a una pareja como padrinos de velación en su boda, ¿cómo hacerle, qué hago padre?, yo estoy en la mejor disposición de aceptar la voluntad de nuestro Señor, pero ayúdeme a entender con sus oraciones y a saber qué hacer en estos casos. Espero su respuesta y discúlpeme por tantas molestias, gracias por atenderme.

Mi querida amiga:

El ideal de un matrimonio para siempre

matrimonio (1) Cuando un hombre y una mujer se presentan ante el altar para unir sus vidas, lo hacen para siempre, hasta que la muerte los separe, en la prosperidad y en la pobreza y en la salud y en la enfermedad. Ese es el ideal y no es inalcanzable, con la ayuda de Dios.

Los sacerdotes celebramos con relativa frecuencia bodas de plata y de oro, y damos gracias a los esposos por haber sabido ser signo del amor de Cristo a su Iglesia. El amor de Cristo no es voluble, es para siempre, pero también constatamos el divorcio, la separación, el abandono, el dolor de la infidelidad.

Un matrimonio ideal, para siempre, exige un gran esfuerzo sostenido de los esposos por seguirse amando cada día y supone, en el plan cristiano, una apertura a la gracia que Dios da a los esposos.

El egoísmo es el principal enemigo del amor conyugal. En el momento en que un cónyuge antepone su conveniencia a la de la familia, en ese momento fracasa el matrimonio. ¡Es difícil que dos sean uno!

La posibilidad del divorcio, en lo civil, facilita el abandono del empeño en salvar las dificultades que se van presentando a lo largo de la vida matrimonial, a pesar de que ambos esposos, cuando se casaron por la Iglesia, aceptaron que su matrimonio sería para siempre. Hacer fracasar un matrimonio por intereses propios denota, a fin de cuentas, falta de fe.

¿Celos o dignidad?

No te sientas culpable de haber hecho fracasar tu matrimonio. Posiblemente tengas tus defectos, pero no es un defecto exigir fidelidad al esposo. No son celos el enojo de una esposa cuando constata que ha sido engañada y rechaza al marido infiel: ¡es dignidad!

No se puede tolerar el compartir al esposo con otra mujer. Lamentablemente la pérdida de valores hace que se acepten situaciones injustas y se aprenda a vivir en la injusticia.

Conozco a una esposa que sabe que su marido tiene no una, sino varias amantes permanentes y, cuando le decimos que no acepte esa situación, nos contesta que a ella no le importa ¡que tiene el orgullo de haber sido la primera! Otra pobre mujer soporta que el marido le haya llevado a vivir a la amante en su misma casa, porque no tiene dinero para sostener dos casas. ¿Eso es amor?

El matrimonio exige exclusividad, por más que la vida moderna nos quiera hacer ver que no es malo el tener aventuras y conquistas extramaritales. El amor conyugal entre católicos es un monopolio válido porque la única cadena lícita es la del amor.

No es por celos que una mujer se separa del marido infiel; es por dignidad.

Los hijos son don de Dios

Cuando ustedes se casaron por la Iglesia aceptaron tener los hijos que Dios les diera y esto no quiere decir que deban tener todos los hijos que puedan tener. Ni la Iglesia ni el Estado pueden decirle a los esposos cuántos hijos tener. Planear la familia es un deber de los cónyuges y deben afrontarlo con un criterio de generosidad al don de la vida. La Iglesia pide a los esposos una paternidad responsable y propone los métodos naturales como aptos para lograr este fin deseable.

Cada hijo es un don de Dios recibido con generosidad para integrar la familia; pero, a veces, en un determinado momento, los esposos no creen conveniente tener otro hijo. No es cuestión de gustos, ni del gusto de uno de los esposos; es una decisión que deben tomar ambos en un diálogo comprensivo. La salud de la esposa es razón suficiente para posponer el momento de tener otro hijo.

No es excusa para la infidelidad el hecho de que el marido quiera tener un hijo más, a como dé lugar, y como la esposa no se lo puede dar lo busque con otra mujer.

El divorcio afecta a los hijos

−Te presento a mi mamá y a Carlos, su nuevo esposo.

−¿Por qué le dices Carlos?, dile papá.

−No, porque es más fácil despedirme de un Carlos que de un papá.

Esta situación es cada vez más frecuente en nuestro México a pesar de ser católico.

Al grito de “tengo derecho de rehacer mi vida” le echamos a perder la vida a los niños, dándoles nuevas mamás y nuevos papás. Todo niño tiene derecho a su propio padre y a su propia madre. La indisolubilidad del matrimonio entre los católicos protege ese derecho de los hijos.

La irresponsabilidad de uno de los cónyuges, su egoísmo, su conveniencia, precipita el divorcio. El cónyuge inocente se verá ante la necesidad de comunicar esta realidad a los hijos y se le complica la situación cuando trata de salvar el amor que los hijos tienen al que se va.

¡Tan fácil que sería decirles: “tu papá se va de la casa porque ya tiene otra casa, otra mujer y otros hijos”! Pues, aunque no se lo digan, ellos no tardan en darse cuenta del verdadero motivo del abandono. Algunos lo comprenden y suelen perdonar. Otros hijos, lamentablemente, hasta lo justifican y lo aprueban.

La mujer sufre el abandono y la traición del esposo al que juró amar y ser fiel para toda la vida. El hijo sufre el tener que pedir como una limosna aquello a lo que tiene derecho: la presencia paternal.

Por más que digan que no, el divorcio daña seriamente a los hijos. Los marca para toda la vida.

¿Cómo se lo vas a decir a tu hijo?

No te eches la culpa de la decisión de tu esposo ni le eches la culpa a él. Sin decir mentiras comunícale a tu hijo la decisión que tu marido ha tomado. Tu esposo, desde luego, le dará su versión y el pobre niño jamás comprenderá por qué su hogar se deshizo. No permitas que te consideren culpable por haber actuado con dignidad y no haber aceptado un adulterio.

Tu vida en los años venideros será el mejor argumento de que tú eres inocente.

Sigue pidiendo por tu marido, por su salvación. Sigue amándolo y siéndole fiel: el hecho de que él cometa adulterio no te libera de tu promesa de fidelidad.

Padrinos

Tú puedes ser madrina de lo que quieras mientras no tengas un amante. La Iglesia pide para ser padrinos ser mayores de 16 años, haber recibido los tres sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación y primera comunión) y ser bien casados o bien solteros. Tú eres bien casada. Tu marido ya no.

Cuando los inviten de padrinos, con sencillez explica que él no puede ya ser padrino porque decidió vivir en adulterio. Duele, pero es la realidad.

Enfrenta la vida

Comienzas una nueva etapa de tu vida. Sécate las lágrimas porque no te dejan ver con claridad. Exige, por tu hijo, que tu esposo cumpla sus obligaciones de padre. Busca un trabajo en el que no descuides la educación de tu hijo y acepta que eres una media naranja que lamentará siempre la ausencia de su otra mitad.

No aceptes volver a vivir con tu esposo mientras él no renuncié a su forma injusta de vivir. Por ningún motivo toleres su adulterio.

Acércate más a Dios y ábrete a la gracia y a las bendiciones que te seguirá dando mientras tú seas una esposa fiel y una madre responsable.

Que Dios te siga bendiciendo y fortaleciendo.

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Que el Señor los bendiga y los guarde…

Luis Antonio

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